miércoles, 15 de junio de 2011

Cuando vi a Pedro, escribí.

                


                            Es sábado, y es junio. Está fresco pero no es de esas noches crueles que caracterizan a este mes que tan poco me agrada; se tolera. Acompañada de dos amigos de toda la vida, llego al Teatro Coliseo con un objetivo que en breve se concretará: ver a Pedro Aznar cantar. Creo que no había venido nunca a este teatro, o sí… pero hace mucho tiempo a ver una obra de teatro infantil de Mariana Fabbiani (un tanto bizarro, según recuerdo).
 En fin, me sorprende que el lugar esté un poco venido abajo, no le vendrían nada mal algunas refacciones, (habrá que ver también si el gobierno de la ciudad les aporta presupuesto). De todos modos, hay un ambiente agradable. Estamos rodeados de gente que tiene ganas de escuchar buena música y eso está bárbaro.
                       Son las nueva y media de la noche y sube el telón. Para mi sorpresa, Pedro se encuentra completamente solo: no hay banda que lo acompañe, ni una persona con la cual repartirse los aplausos. Nadie. Hay un juego incesante de luces rosas y violetas durante la primera canción. Se mueven a distintas velocidades, a mi criterio, para no darnos a los espectadores la sensación de que él está ahí, tan solito y a la buena de Dios. Pienso que su voz es increíble. Si tuviera que adjetivarla, diría que es nítida; limpia. También, joven. No pareciese que tuviera 51 años. De hecho, su look también habla de esa juventud: musculosa negra al mejor estilo Kevin Johansen que nos hace saber que estuvo yendo al gimnasio. Al ponerme muy observadora, me doy cuenta que el contorno de su sombra se vislumbra agigantado en ambos costados, izquierdo y derecho, de las paredes del teatro. Es increíble como ya pasaron  cinco canciones y ni me di cuenta.
                          Primera interacción que hace con el público. Nos dice que este teatro es muy importante para él ya que fue donde tocó por primera vez con el grupo “Alas” a los 16 años. Rememora. Acto seguido, nos cuenta qué va a tocar y cuando pronuncia “Luis Alberto Spinetta” la gente lo ovaciona como loca. Luego de esto, nos regala “Credulidad”. Muy lindo tema. Se va poniendo cada vez mejor: ahora le hace un tributo a Atahualpa Yupanqui y toca tres de sus poesías musicalizadas: “Yo tengo tantos hermanos”, “Romance de la luna llena” y “Soledad”. Es hermoso, pocas voces me gustan tanto para el folklore. Hasta ahora, es uno de los mejores momentos del show. La prosa de “don Ata” me hace ineludiblemente viajar hacia el interior del país. Recuerdos de viajes en familia: el campo, la puna, las sierras.
                              Estamos llegando al final y creo que hablo por todos cuando digo que no quiero que termine. Toca una última canción y se despide muy emocionado. Se prenden las luces y todos de pie aclamamos que vuelva; los interminables “bises” que nos caracterizamos por pedir los argentinos. Pareciera que las autoridades del teatro no se lo permiten, porque es el mismo Aznar quien se inmiscuye entre los pliegos del telón con su guitarra (y sin micrófono) para regalarnos una última canción. Y digo regalarnos en el sentido más literal de la palabra; fue un verdadero regalo: “Love” de John Lennon (en un volumen muy bajito debido a la precaria acústica). Los afortunados de la primera fila se le acercan hasta casi rodearlo, como si fuera un amigo que toca en un fogón. Es un momento único: todo el teatro está en silencio para no perderse nada de lo que está pasando allá abajo, o a unos metros, dependiendo de la ubicación. Los que están a mi derecha le piden a gritos “Tu amor”, de Charly. Pedro hace oídos sordos y sigue con el tema de Lennon hasta terminar y dejarnos a todos sumamente satisfechos y sensibilizados. Pienso en la sencillez y la humildad que lo caracterizan ¡y encima es un genio! No quiero que deje escenario, pero indefectiblemente sucede. Se levanta, nos tira un besito con suma timidez y lanza al aire la dichosa púa con la que tocó esa última e inolvidable canción. Salgo contenta, muy contenta, y pienso que lo voy a volver ir a ver pronto para repetir esa alegría tan propia de la música, esa caricia al alma. 

lunes, 13 de junio de 2011

La pregunta maldita



No creo estar cayendo en una generalización abstracta y falta de realismo cuando digo que todos (o por lo menos a los que nos interesa "esto de las letras") nos hicimos la famosa pregunta: ¿Y por qué escribo?, o mejor dicho: ¿Para qué? Numerosos talleres literarios, conferencias, seminarios y presentaciones para todos los gustos han dado comienzo a sus exposiciones con esta no tan simple pregunta. ¿Por qué será que nos interesa tanto saber la finalidad de nuestras acciones, las motivaciones y la utilidad que rige nuestro día a día? En mi humilde opinión, simplemente basada en los años que llevo en este mundo, creo que todo esto forma parte de la ansiedad generalizada que nos caracteriza a los seres humanos. No pretendo hacer una suerte "psicoanálisis de blog", lejos estoy de tener los elementos que diagnostiquen la suma de factores comunes en el comportamiento humano; pero creo que de vez en cuando es necesario dejar que el curso del río fluya y no ponernos tantas trabas e impedimentos.
Por lo menos en mi caso, la respuesta a la pregunta de por qué escribo es muy simple: porque me gusta y me hace bien. Pero muchas veces, el detenimiento a reflexionar la razón de por qué lo hago me limita y es allí donde aparecen las trabas e impedimentos recientemente mencionadas. Escribo pero indefectiblemente pienso en lo que el otro va a opinar cuando lo lea, y así, la tarea que era meramente mi fuente de descarga, está supeditada al juicio de algún tercero. Esto no debería importarme, pero lo hace. Entonces estamos ante un problema: disfruto de hacer algo pero cuando llega a las manos de otro (que puede gustarle o no) esa gratificación que la escritura me regaló, se convierte en ansiedad e incertidumbre; vergüenza y estúpida timidez. Por ello, a lo largo de mi vida, descubrí que la única forma de solucionar los problemas es enfrentándolos. Probablemente esta última frase suene a un terrible cliché, pero es de esos clichés buenos, que te sirven para la vida diaria y que realmente tienen la posta. Enfrentarse y no esconderse; bancarse la que venga por más que sea mala, regular o buenísima.(Ojo, no voy a ser tan hipócrita de decir que soy quien enfrenta TODOS los problemas en su vida. Este, es un problema chiquito y por ende, me animo a enfrentarlo).
Todo esto está indudablemente ligado a la inconstancia emocional; algún día estás inspirado y te gusta lo que escribís y hay otros en que no se te cae una sola idea y sentís que no servís para nada. Así soy yo: un día me quiero y al otro me odio. Es por esto mismo, que me obligo a crear un blog al que denominé "La Blogo- Thérapie" por razones más que evidentes -no sólo por mi profunda obsesión con la cultura francesa-; sino porque, como explicité antes, a mí, escribir me sana. Independientemente de cuántas personas lo visiten, y de mi habilidad para promocionarlo, ya que no estoy muy familiarizada con el manejo de estas páginas, aquí se podrán ver volcados: pensamientos (buenos), narraciones (desde cuentitos, haikus, poesías, escenas de la trivialidad) y demás.
Espero no pecar de inconstante, que es una forma refinada de llamarme vaga, y darle curso a la imaginación que es, después de la realidad, lo más lindo que tenemos.