jueves, 29 de septiembre de 2011

Con mis propias palabras* (carta de lector)


Quizás por considerar a García Márquez uno de los escritores más talentosos y entrañables de nuestros tiempos, es que no me resulta agradable leer críticas hacia su persona ni a su desempeño como profesional. Es que no es tarea fácil lograr despegar de las propias subjetividades a la hora de enfrentarnos a un texto, y menos aún, si se se trata de un artículo periodístico. Tal es así, que no  veo con ojos benévolos lo expuesto por Lourdes Penella en la publicación virtual “Eskrivir komo se abla?”.
Sin intención alguna de quitarle el merecido prestigio que esta reconocida Maestra en Letras de la Literatura Hispánica merece, creo que su observación respecto de lo expuesto por Gabriel García Márquez en el primer Congreso Internacional de la Lengua Española, celebrado en Zacatecas hace cinco años, carece de autonomía. Si bien la utilización de citas de autor es un recurso muy valorado, es notable cómo se vale de él para esconder parcialmente su postura; lo que sería en una jerga más coloquial: para no quedar del todo “pegada”.  Queda realmente muy claro que considera lo dicho por el premio Nobel colombiano una aberración, pero esta apreciación puede hacerse a través de las menciones a terceros que realiza a lo largo de todo su texto, y no gracias a sus más profundas cavilaciones.
Disiento particularmente con aquella primera alusión al presidente del Instituto Cervantes, Santiago de Mora, en la cual ratifica lo curioso que le resultó a este mismo cómo García Márquez hizo su crítica a la gramática con un discurso gramaticalmente perfecto. Con este argumento, Penella no intenta más que exponer al escritor colombiano, descalificándolo y acusándolo de profesar ideas que no lleva a la práctica. Por mi parte, no considero que sea válido remitir a esta idea, ya que es totalmente coherente que García Márquez realice su crítica a la ortografía en estos términos de perfección gramatical. Para lograr una buena respuesta del auditorio, es necesario hablar de una forma atractiva que logre captarlo de un primer arranque y que no exista la posibilidad de un rechazo prematuro. ¿Cómo hubieran tomado los honorables miembros del Congreso las palabras del premio Nobel  de haber estado estas, escritas “incorrectamente”? Probablemente lo habrían considerado una tomada de pelo y no se habrían siquiera molestado en considerar el asunto como un planteo realmente en serio y fundado.
Al criticar el reiterado uso de citas de autor que realiza Penella no estoy de ninguna manera penalizando dicho recurso; pero considero que en este caso puntual la escritora no ha logrado escoger un argumento sólido que logre opacar la gran elocuencia con la cual García Márquez se inmiscuyó en un tema tan controversial y salió tan elegantemente.
Así pues, no es casual que esta carta de lectores carezca absolutamente de alusiones a galardonados eruditos o a famosos literatos. Opté por decirlo con mis propias palabras.



*esta es una carta de lector realizada a raíz de la lectura de un artículo publicado en la revista electrónica lstmoenlinea.com.mx por Lourdes Penella, acerca de un debate generado por lo expuesto por Gabriel García Márquez en el primer Congreso Internacional de la Lengua Española celebrado en Zacatecas.



jueves, 8 de septiembre de 2011

Las mujeres los prefieren sensibles



Junto a la tumba de Eva:
Adán.- “Dondequiera que ella estaba, estaba el paraíso.”   
“El diario de Adán y Eva” – Mark Twain.     


          “¡Sos un pollerudo!”, “¡No seas maricón!”, “Llorás como una nenita”. Estas, y otras múltiples frases, son escuchadas a menudo entre los miembros del género masculino cuando alguno de ellos manifiesta de determinada manera sus sentimientos. En una sociedad donde predomina el criterio omnipotente y machista – que por más conquistas que se hayan realizado respecto de este tema, es algo que sigue vigente-, podría decirse que está “mal visto” que un hombre demuestre que está hecho de carne y siente al igual que cualquier mujer. Prescindiendo de las nobles excepciones que siempre existen a la regla general, la mayoría de los hombres tiende a ocultar su lado sensible al encontrarse entre pares. Esto se debe preponderantemente al temor de ser burlados y menoscabados al cuestionársele su virilidad.
           Desde ya, esta concepción de la masculinidad es totalmente absurda y no es más que una mera convención que el ser humano ha construido arbitrariamente. Y no peca simplemente de absurda, sino que también les resulta contraproducente a los hombres a la hora de la conquista. Si bien existen mujeres a las cuales les gusta relacionarse con personajes de carácter tosco y distante, creo hablar en nombre de una gran mayoría al decir que en el momento de buscar  una pareja, preferimos que se trate de un individuo que sepa contenernos y que no tenga inconvenientes en brindarnos su afecto.
             Retomando la idea de que vivimos en una sociedad que se caracteriza por el machismo y la omnipotencia por parte de los varones, creo que allí mismo es donde se encuentra la raíz de esta cuestión. De acuerdo a esta lógica, el espécimen masculino juega el rol del proveedor principal en una familia. Y no me refiero sólo a cuestiones de índole económica; es también el garante de la estabilidad y el bienestar de su grupo de socialización primario. Es por eso que éste no puede dejar traslucir flaquezas ni debilidades; raramente se involucra emocionalmente con los problemas familiares ya que este es más bien el papel de la madre, quien suele ser ubicada en un rango jerárquico de menor poderío, y por lo tanto, le competen aquellos asuntos que requieran reflexiones de índoles mayormente emotivas. Por supuesto, aclaro, que no estoy queriendo emitir un dictamen; soy consciente de que hay numerosos casos en los que la figura paterna no es considerada de esta manera. Sin embargo, me refiero al mandato implícito que corre por estos tiempos (y antaño, aún más).
                Por más represión que ejerza, el hombre, en tanto ser humano, no puede eludir las emociones. La emotividad en sus manifestaciones más puras, como lo es por ejemplo el llanto, es una cualidad que presupone sanidad y nos gratifica. Es, hasta me atrevo a decir, vital que los mortales sepamos canalizar las angustias sin trabas inhibitorias o, en caso de emociones felices, expresemos nuestra dicha y apego sin ningún tipo de tapujo. Querer relegar de nuestra capacidad emotiva es casi tan difícil como intentar encontrarle una explicación racional a por qué reímos, por qué lloramos, por qué amamos (y a quiénes); en fin: por qué sentimos.