miércoles, 24 de abril de 2013

Por qué no me banco los halagos


Siendo las 5 de la tarde con 17 minutos de un miércoles, aquí me encuentro yo, frente a la computadora con un termo de agua caliente ya por la mitad y un parcial domiciliario de Semiótica II por encarar. Eso de "encarar" es bien discutible ya que, como bien ven todos, estoy dispuesta a emprender otro de los textos que caracterizan a este blog. Esos, que son bien autorreferenciales, que hablan de mí y nada más que de mí. Publicaciones que dejarían entrever un ego importante. Pero como bien blanqueé en mi primera entrada, hace ya un par de años, el acto de escribir a mí me sana y supongo que cuando surge el impulso de hacerlo, no queda otra que seguirlo.

La mayoría de las cosas que escribo acá se me ocurren con cierta anticipación al día que las publico. Pero dado que también soy muy vaga me la paso postergándolo, y así, quizás, es que llega el momento en el que me encuentro frente al teclado con una idea muy pasada ya de su punto de cocción. Son razonamientos, cavilaciones muy saturadas que aparecen reiteradas veces en mi mente y de pronto no soportan más estar en mi cabeza y necesitan salir disparadas hacia el papel (o en este caso, la pantalla). Reitero que suelen ser totalmente centradas en mí misma, en cosas que reflexiono respecto de lo que yo pienso, pero que a su vez pueden servir a otros que lo lean y sientan cierta identificación. De lograr eso, me doy por satisfecha.
Toda esta información que acabo de exponer no esconde evidencia alguna del carácter obsesivo del proceso de escritura que, por lo menos en mi caso, desarrollo. Pero es así. Hola, soy obsesiva, mucho gusto.


El periodismo tiene un gran enemigo que es la subjetividad. Siempre la condena, la combate, le dice "no sos profesional". Como estudiante de Comunicación Social (que no es precisamente periodismo), estaría teniendo un problema con esta premisa. Quizás sea una falta grave de mi parte, pero no puedo producir absolutamente nada sin que aquello que haga se vea atravesado por mi visión de los hechos, mi experiencia. Me cuesta encontrar la objetividad en las cosas y, sinceramente, tampoco busco hallarla porque sé que es imposible. Suena a que ostento un conformismo superlativo, pero la realidad es que todo lo que exponemos, incluso aquellas cosas que defendemos con exacerbada vehemencia, no dejan de ser más que nuestro punto de vista. Una mirada más. Así es entonces que me quedo cómoda en mi subjetivismo excesivo, porque me divierte, y permite que me abra (?) a quienes me lean, y hasta quizás los divierta un poco con mi neurosis.

Quizás vaya demasiado lejos al confesarles por qué no me banco los halagos. Pero es algo sobre lo que realmente llegué a una conclusión y, siento, debo compartirlo. Nadie puede negar que los halagos son maravillosos, que contribuyen al fortalecimiento del autoestima, que nos hacen bien. A mí me hacen bien a tal punto que ya no me los soporto. Y mi mayor temor, es creérmelos. Esta relación histérica que tengo con las adulaciones a veces me vuelve loca porque, por un lado, los necesito, para no quedarme solamente con la voz de mi interior que me boicotea todo proyecto, que me dice que está todo mal, pero por otro, los rechazo porque justamente esta voz interior se encuentra en las antípodas de todo comentario, gesto o expresión valorativa (en un sentido positivo, claro está) sobre mi persona. Y el riesgo de creerse los halagos reside en la certeza de que algún día, más tarde, más temprano, algo hará que ese pedestal en el que nos pusieron se desmorone sin causa justa y volvamos a vernos como la más insignificante hormiguita.

Y supongo que lo que subyace a todo esto es el miedo, siempre el miedo, de que los otros nos perciban tal como nos vemos a nosotros mismos. Rebuscado, retorcido, pero me pongo a pensar, y me aterra que exista una persona en la tierra que sea capaz de verme como yo me veo. ¿Será posible eso? ¿Existirá ese tipo de transferencia? Yo creo que ni en el psicoanálisis se logra, ya que el terapeuta siempre trata de balancear tus pros y tus contras, de decirte que estás sufriendo de más, que se puede estar mejor. Siempre relaciono esto con la noción de habitus (pido perdón a Bourdieu, por citarlo tan a la ligera, tan chotamente) esos esquemas estructurales y estructurantes 
a partir de los cuales los sujetos perciben el mundo y actúan en él. Llego a la conclusión que estos esquemas son intransferibles, y propios de cada agente (por suerte). La prueba clara de que esto es así es sencillamente esta publicación en mi blog, en la cual no hago más que relevar una visión sobre el mundo (o mi mundo, mejor dicho) que jamás logrará ilustrarle a quienes la lean, la verdadera forma, la esencia de la percepción. Frustrante pero a la vez, un alivio, saber que la esencia de las cosas no es cognoscible, por lo menos, en la vida terrenal.