jueves, 24 de octubre de 2013

La primera vez que te volviste solo

Foto bellísima de Sara Facio
Qué miedo que da volver solo por primera vez del colegio, de inglés o de cualquier otra actividad que desarrollemos en la pre-adolescencia. Por mucho que me esfuerce en recordar, no creo poder revivir lo que sentí en aquel momento que crucé una avenida sin estar de la manito de mi mamá, es imposible volver a esa inocencia. Lo que se puede hacer es rememorar, y tratar de reconstruir el pasado, pero bien sabemos que toda lectura a posteriori, jamás resulta ser cabalmente fiel a la original.
Existía ese temor de pasarte una cuadra con el colectivo y creer que el Apocalípsis se avecinaba, o la desesperación de hablar con extraños, porque sabíamos que nuestras caras comunicaban toda esa  inseguridad, la falta de experiencia, la vulnerabilidad. Había algo de obsesión y perfeccionismo también, en el querer recordar con exactitud todas las indicaciones recibidas, y cumplirlas al pie de la letra. La velocidad con la que encarábamos las cuadras, sintiendo que si lográbamos llegar finalmente a nuestra casa, habíamos vencido a la adversidad y nos merecíamos un premio. Más aún para nosotras, las mujeres, que debíamos tener el cuádruple de cuidado, ya que cada hombre que nos miraba se convertía inmediatamente en un potencial violador, secuestrador y asesino. Detenerse en un kiosko era toda una hazaña que profesaba la independencia económica y la elección libre, ya no más sujeta a la voluntad de nuestros tiranos padres que nos decían qué se podía comprar y qué no. Era un verdadero acto de libertad, en el cual los errores estaban ahí, al acecho, esperando corporeizarse en una mala decisión, en tomar un bondi en el sentido contrario y terminar en Mataderos cuando en realidad querías ir a Plaza Serrano a tomar un juguito.
Yo no sé cómo se va ganando esa confianza. Tal vez la respuesta se les presente evidente a ustedes: con años. Sí, seguro. Pero me refiero a que por más que crezcamos, la desprotección sigue siendo una variable, y sobre todo, una posibilidad. Y a veces me encuentro caminando sola por la calle, sin esa excitación de creerme parte de algo realmente trascendental como podía resultarme el decir "$1,20, por favor", y lo extraño un poco. Extrapolado a otro aspecto de la vida, es un poco como dice el Polaco Goyenche: "si yo pudiera, como ayer, querer sin presentir". Frase que te aniquila la primera vez que la escuchás, te atraviesa el pecho y te corta al medio como un pan. Es tan cierta, tan humana. Cómo nos gustaría a todos resetear la cpu y empezar de cero, de verdad, cada vez que algo nos sale mal. No comparar constantemente nuestras relaciones actuales con las pasadas, haciendo un balance de saldo positivo, por suerte, porque siempre lo malo nos enseña. Yo tengo una posición ambigua al respecto: por un lado me encantaría querer, vivir, pensar, sin presentir, pero por otro, agradezco tremendamente a la experiencia, a lo vivido porque me educó, y me ayuda a ser una mejor versión de mí misma cada día.