martes, 31 de diciembre de 2013

Cerrado por vacaciones.

Voy a ser completamente sincera: tenía planeado dedicarle mucho tiempo a la última entrada del año. Quería detenerme a pensar en todas las cosas que pasaron y, de esta forma, revivir momentos. Pero dado que sufrí aproximadamente diez cortes de luz en las últimas dos semanas, perdí toda voluntad moral. Así que me voy a despedir del 2013 por la puerta chica, sin grandes cavilaciones.

Sólo quiero decir que este fue un año importante para mí, muy lindo y de mucho aprendizaje.Y ya que estoy acá, voy a decir que también lo fue para La Blogo Thérapie. Si se fijan, este espacio que tan gratuita y amablemente me gestiona Don Google, nació en 2011 y ha sido actualizado a duras penas durante el transcurso de aquel año. Luego, en 2012, profundicé en vagancia y prácticamente no escribí nada (salvo una mísera entrada en el mes de junio). Dos mil trece me agarró desprevenida. Con ganas de escribir, y más precisamente, con ganas de publicar. Con la intención de que me lean y me compartan qué les generó mi escritura: si les gustó, si les pareció aburrido, en fin.

He tenido muy gratas devoluciones de todo lo que escribí acá. Tanto de amigos como de algunos desconocidos que se filtraron por la web y me hicieron comentarios muy enriquecedores. Quiero agradecerles a todos los que pasan a menudo por esta página, y a los que lo hacen cada mil años pero que se toman la molestia al fin de leer todas las pavadas que me dispongo a desplegar en estas plantillas virtuales. 

Les deseo unas muy felices vacaciones a todos. Que puedan disfrutar de corazón. Muchas veces me enojo conmigo misma por no dejar de lado las preocupaciones cuando estoy de viaje. Por "auto-boicotearme" los momentos felices. De cara a este nuevo año, tengo muchas ganas de dejar de hacer eso y permitirme disfrutar en tiempo y forma. Como dice una de mis más grandes referentes: "poder gozar del presente es un don precioso, comparable a un estado de gracia".

Así que eso es todo. Les agradezco nuevamente por darme bola cuando escribo y por decirme que lo hago bien (aunque yo siempre reniegue y sostenga que lo dicen por compromiso). Sus palabras me alientan y me incentivan a hacerlo cada día mejor.

Desde ya, mi blog y yo les desemos feliz año nuevo.
Muchas gracias.

domingo, 22 de diciembre de 2013

Mil instantes en una noche


Ayer a la noche presencié uno de los mejores espectáculos musicales de toda mi vida. Suena exagerado, extremista y fanático (tres adjetivos que me calzan muy bien), pero no, esta vez creo estar realmente segura de que lo que hizo Pedro Aznar anoche en el Gran Rex, fue algo grandioso e histórico. Estremecedor. Digno de ser contado. No es la primera vez que voy a un concierto suyo, como bien dije antes, soy fan y me encanta ir a ver música (aunque lo hago desde una vergonzante ignorancia por no saber tocar más que la guitarra y hasta es excesivo decir que sé tocar). Considero que el mejor plan que uno puede armar un fin de semana consiste en ir a ver una banda o músico solista; sean artistas reconocidos, extremadamente talentosos como en este caso, o unos ignotos totales, ir a un recital es, según mi criterio, lo mejor que podés hacer con tu tiempo libre.

En el marco del cierre de su gira "Mil noches y un instante", precisamente en la noche más corta del año, durante el solsticio de diciembre, Pedro decidió regalarnos a sus espectadores un show por demás completo que constó de 29 canciones. Creo que todo intento de reproducir lo que fue, será infructífero y para nada fiel a la experiencia real. Me esforzaré,aunque dudo lograr describir con palabras la calidad artística del acontecimiento. Pero antes de exponer los detalles del show, quisiera contarles de qué manera me vinculo yo con este artista; algo muy personal sin pretensiones literarias:

La primera vez que oí hablar de Pedro Aznar, fue en la primaria. Nuestra profesora de música, Clarita Musante, nos estaba preparando para el acto del 17 de agosto en honor al Gral. San Martín, y debíamos aprendernos su himno para cantarlo ante todo el salón. Retengo estos datos porque afortunadamente gozo de una memoria muy detallada (no quisiera asustarlos con mi obsesiva precisión, pero recuerdo hasta la ubicación espacial en la que yo me encontraba en ese aula de música -sobre unos tablones de madera, a la derecha-, mientras la profesora nos presentaba la canción patria versionada por Aznar).
Los años pasaron, yo fui construyendo mi personalidad, y con ella, mis preferencias artísticas. Transcurrió un tiempo largo hasta que me reencontré con Pedro, ya desde una mirada un poco más adulta y madura que podía apenas aproximarse a juzgar su obra como maravillosa. Y fue en ese primer año de facultad, más precisamente, durante el verano previo, que me la pasé escuchando sus discos y lo empecé a sentir mío. A partir de entonces, siempre me acompañó y fue un refugio -muchas veces, dolorosísimo-, cuando el mundo me decepcionaba. Decir que la música es buena en tanto te produzca fuertes sensaciones, suena a un lugar común galopante, pero es algo absolutamente cierto. Y ahí mismo es en donde radica la excepcionalidad de Pedro: su música te hace sentir (mucho). Es difícil a veces diferenciar los sentimientos de los pensamientos, y también distinguir a éstos dos de lo que son las sensaciones. Sin embargo, creo que la experiencia de ver a Aznar en vivo, (y especialmente la de anoche) es una verdadera revolución para los sentidos en la cual uno no se pregunta mucho lo que está pasando, sino que se deja llevar por lo placentero del instante.
Este trajín de sensaciones que me genera su música, muchas veces me ha llevado a rechazarlo (de hecho, no estaba segura de querer asistir al Gran Rex la noche del sábado, temía que el show "me pegara mal", como se dice ahora, y me asaltara una fuerte melancolía o angustia). Afortunadamente, la vida es impredecible y nada de esto me ocurrió durante el concierto, por el contrario, quedé estupefacta y feliz (por cierto, una muy linda combinación).
En su inventario de canciones, Pedro tiene un activo realmente deslumbrante. Pero lo más grandioso es que no es una artista que se duerme en los laureles y exprime toda una vida sus glorias pasadas, en su último disco, "Ahora", tiene obras que han logrado resignificar la idea que tenía sobre él haciendo más fuerte ese vínculo que antes mencioné y logrando que lo quiera cada vez más. Y es que cómo no voy a querer a un tipo que escribe: "si pudieras darte cuenta que al fin y al cabo no hay más vuelta que dejar vivir en libertad a quien se quiere".

El show de anoche fue maravilloso. La abundancia del repertorio me obligaría a escribir una crónica de 200 páginas y aún así me quedaría corta. Para no agobiar a los lectores, creo que me voy a centrar en los momentos que más me conmocionaron.
El primer bloque fue letal. Creí que me iba a morir por lo intenso de las canciones elegidas. Pero no, me la banqué como una reina y sin llorar; eso no implica que no se me haya erizado la piel cada vez que hizo un cover del Flaco, o cuando tocó "Rencor", y qué decir de la versión del tema de Elton John "Sorry seems to be the hardest word", con imágenes de París proyectadas en la pantalla. Parecía a propósito: todas las cosas que amo en un mismo instante, en una misma noche.
El segundo bloque, dedicado exclusivamente al folklore nacional, fue de una perfección inimaginable. "Zamba para olvidarte" me agarró completamente desprevenida y la tomé como un verdadero regalo. No puedo decir que a este bloque le haya faltado algo, no tengo autoridad moral para hacerlo, pero sí me atrevo a expresar mis deseos: me hubiera encantado que tocara aquel hermoso poema de Borges, "Al horizonte del suburbio", al que Aznar musicalizó de manera brillante en su disco "Caja de música". De todas formas, fue impecable, qué querés que te diga.
Quisiera ahondar en el que fue, para mí, el momento más mágico de la noche, -no quisiera pasar por alto otros, como por el ejemplo la presencia de Piñón Fijo como invitado totalmente inesperado; fue un aditivo de extrema dulzura e inocencia- sin embargo, de los miles de instantes ayer vividos en ese caluroso teatro en la primera noche del verano, el mejor fue, sin lugar a dudas, aquel en el cual Aznar hizo una versión alucinante de "Because". Me cuesta mucho describir y expresar lo sublime que fue. Pero aquí voy: Pedro se dispuso a tocar tres veces la mítica canción de Los Beatles grabando cada una de las voces con una pedalera o buclera. Luego de grabar, volvía a cantar en un tono más agudo que el anterior y le adicionaba un instrumento nuevo (primero fue el órgano,después la guitarra y finalmente el bajo). No sé si logro explicarlo bien, acá tienen un video de cuando lo hizo en junio de este año: http://www.youtube.com/watch?v=Z3wJ7C94yk8. Sería absurdo disponerme a calificar la técnica porque nada sé de ella, pero la calidad de la interpretación es algo fácilmente palpable. La afinación y la perfección al dar con cada nota y acorde pusieron en evidencia la altísima capacidad que tiene este músico. Jamás se equivoca. Nunca le pifia. Es envidiable.

Lo que vino después siguió la misma línea de excelencia que venía manteniendo el espectáculo. Creo que si sigo deshaciéndome en halagos voy a caer en lo repetitivo y tedioso así que me voy a detener ahora. Lo último que tengo para agregar es que estoy agradecida. Agradecida con Pedro porque lo que vi ayer es la clara muestra de un profesional, de un hombre que fue tocado por la varita mágica del talento pero que a su vez ha sabido explotar ese don y lo mantiene actualmente con mucho esfuerzo y dedicación. Esa perfección a la que tantas veces aludí en esta entrada, no se logra si no es con horas de práctica y de perfeccionamiento constante. Y no por perfecta la obra de Aznar se torna fría o distante, lejos está de ser el capricho de un meticuloso artista; es, cuanto menos, la expresión de amor a lo que uno hace para vivir. En fin: un verdadero privilegio.

martes, 3 de diciembre de 2013

Hermanos

 Merlo, San Luis, 1995


"Quedate tranquila: si se cae un avión del cielo, va a ser por Ramos Mejía, no acá, en Caballito".

Por más incoherente que suene esta oración, es una cita extraída de la vida real, profesada por nada más y nada menos que mi hermano mayor, Francisco. Probablemente él ni recuerde haberla dicho, pero yo sí, porque supo ser mi consuelo allá por el 2001, después del atentado a las Torres Gemelas, cuando "El eje del Mal" era un tema de agenda y un señor con turbante de piel oscura, que vivía en las cuevas subterráneas del desierto árabe, parecía la mayor amenaza para la humanidad.

Éramos muy chicos, debo admitir. Yo tenía 9. Él, 14. Y esa mañana de feriado que vimos, desde la cama de nuestros viejos cómo 2 aviones atravesaban los edificios del World Trade Center, empecé a tener miedo. No entendía nada de conflictos bélicos, o intereses políticos, ni mucho menos de la puja por el petróleo (tampoco lo entiendo ahora). Pero me asustaba el peligro inminente y la espectacularidad de una muerte tan abrupta, deliberada por terceros que te hacían volar por el aire en un segundo. Recuerdo que cuando comenzó la Guerra en Irak, la CNN televisaba los bombardeos. Eran imágenes difusas, en las que se vislumbraba un fondo oscuro, nocturno, del cual cada tanto, surgían unas luces intermitentes seguidas de estruendos. No veía heridos, ni gente sufriendo, pero claro que éstos existían. Y a causa de mi completa ignorancia, me iba a dormir asustada, pensando en los nenes que vivían allá en ese lejano Medio Oriente; me compadecía de ellos, porque su miedo sí era justificado (no cómo el mío que resultaba ser pura paranoia).

Todo este racconto no tiene por objetivo hacer una exposición histórica (incompletísima, por cierto) sobre mi punto de vista aniñado del conflicto internacional, sino más bien, hace foco en la actitud protectora de mi hermano querido que buscaba calmar mi angustia con argumentos inverosímiles. Cada vez que escuchaba el ruido de un avión sobrevolando nuestro edificio, yo sentía que era muy posible que éste cayera y nos matase a todos. Ante esta persecución innecesaria, él me decía que no me hiciera problema, que los aviones vuelan muy alto, y que si uno se cae, de última, eso va a pasar a la altura de Ramos Mejía (que por cierto, es terriblemente cerca de Caballito, nuestro barrio natal). Calculo que habrá elegido esta ciudad perteneciente al partido de La Matanza al azar, dando por sentado que yo no tenía idea de dónde quedaba y que probablemente se trataba de un lugar muy lejano (casi tanto como Irak). Pero increíblemente, esta premisa me salvó y me dio cierta tranquilidad. No me atrevería a decir que erradicó el miedo por completo, pero que me distrajo, estoy segura.

Recuerdos de estos tengo miles, y en muchos de ellos no lo dejo tan bien parado. Al contrario, lo hundo profundamente. Pero fue él mismo quien me dijo que nunca escribo sobre él, y ahora que se está por ir de casa a vivir con mi futura cuñada, puede ser que me haya vuelto (aún más) reflexiva respecto de nuestro precioso vínculo. Con absoluta sinceridad, creo que nadie en la vida nos marca tanto como nuestros hermanos. Me lanzo hacia esta generalización sin miedo a las críticas futuras: todos los que tenemos la suerte de haber crecido acompañados de pares (y más aún si nos tocó ser los menores), tenemos a nuestros hermanos/as en un pedestal, que por más cagadas que se manden, seguiremos ponderándolos como grandes referentes. Ya sea para imitarlos, o para diferenciarnos de ellos, son alguien a quién mirar. Y ahora que lo pienso, el de los hermanos mayores es un rol pesado de llevar; siempre me pregunté cómo me hubiera desempeñado yo como tal. No debe ser nada sencillo cargar con la tarea de educar a ese chiquito que te sigue a todas partes y te perdona todo lo malo que le hacés. Quizás sea a causa de esta "presión" que terminan cometiendo más errores que aciertos.

Pronto Francisco se va a ir de casa. Esto es algo que me pone triste pero tampoco tanto, porque, como dicen, "es el curso natural de la vida", y es sano que las cosas cambien si son para bien. No hay duda de que será para bien: va a formar una familia con una mujer maravillosa a la que adoro profundamente. Y acá no hay "pero" que valga, sin embargo, lo voy a extrañar mucho en mi cotidianidad (creo que todavía ni me imagino cuánto), y andá a saber qué mentiras me voy a decir cuando tenga miedo y mi hermano no esté en la pieza de al lado para consolarme. No lo sé. Pero seguro, algo se me va a ocurrir.


Escribir bien.

¿Qué es, para mí, escribir bien?

Pensar en el otro y esforzarse para que se entienda. Nada más.