miércoles, 20 de marzo de 2013

Recuerdos

San Vincente, Diciembre, 1996.

Recuerdo perfectamente ese día. El de la foto. Recuerdo a la familia en masa caminando por el campo del Abuelo en San Vicente. Recuerdo que la idea era que el futuro nuevo miembro de la familia, mi tío yankee, Adam, conociera en profundidad nuestro gran tesoro familiar.  Recuerdo que por ese entonces era habitual ir para allá todos los 25 de diciembre para festejar la navidad al aire libre, recibiendo los regalos que siempre solían ser unos peluches increíbles comprados en Estados Unidos, los personajes de los 101 Dálmatas que a mi prima Flor y a mí nos encantaban. Recuerdo que el mediodía comenzaba con un gran almuerzo en una mesa larga. Había pollo, ravioles, pan Fargo (blanco), Coca-Cola, y Ades de manzana. Las comidas en lo de mis abuelos siempre se caracterizaron por esa inconcebible mezcla de sabores que reunía en un plato una milanesa y una ración de pastas bien abundante. Siempre fue así, y por eso es que hoy no me resulta extraño que siga pasando. Sigo recordando. Después de comer salíamos a jugar. Con los perritos, o con algún chiche nuevo que hubieran comprado los tíos afuera. Recuerdo el guante amarillo y rojo de "Friskies", una marca de comida para gatos, con el que le rascábamos el lomo a Chimi, el perro más genio que conocí en mi vida. No era un perro cualquiera, tenía ojos de humano. Te miraba y realmente te hablaba el muy hijo de puta. Nunca quise tanto a un animal como a Chimi. Por eso fue que cuando murió, llevé un duelo incesante en el cual no se lo podía ni nombrar. Y sí por azar, a alguien se le escapaba, me mordía fuerte los labios, abandonaba la habitación y me largaba a llorar. Con el tiempo lo superé. Como todo en la vida se supera. Vuelvo al 96. Al día de la foto a caballito de mamá. Es una foto hermosa, porque ella salió divina. Feliz y jovial. Fresca. Fuerte. Cargándome en sus espaldas. Recuerdo que me encontraba particularmente chinchuda en ese momento, porque, si observan con atención, no llevaba el calzado adecuado. Tenía los piecitos todos pinchados por los abrojos y pastitos secos que se me metían entre las tiritas de los zapatos marca Toot. Recuerdo que lloré. Porque estaba cansada de caminar. Me dolían las piernas. Quería que volviéramos a la casa, a dibujar con mi tía Olguita, con mi mamá, con Flor, mientras los hombres jugaban al fútbol, que igual siempre terminábamos acoplándonos a ellos para concluir la tarde en un partido mixto. Y veo la foto y de pronto vienen todos esos recuerdos, como una oleada irrefrenable, desorganizada, repleta de detalles y de baches, lagunas, ausencias y algunas pequeñas alteraciones. Recuerdos míos, de esa nena con flequillo rolinga y calcitas ajustadas cuadrillé blanco y negro. Esa calza siempre me hacía pensar en el logo de Cartoon Network. Me ajustaba mucho y me marcaba los rollitos, porque cuando era chica, supe ser gordita. No duró mucho, igual. ya en primer grado pegué ese estirón que me llevó a medir este metro, 77 cm, que soy hoy.
Los recuerdos son importantes. A la larga, es lo único que nos queda. Lo malo es cuando son idealizados y cualquier comparación con el presente resulta angustiosa y nostálgica. Habría que encontrar el equilibrio, el sano equilibrio. La habilidad de poder viajar hacia ellos, desmenuzarlos y volver a vivir, pero sin que eso nos cueste un dolor profundo.  Estoy laburando en eso. No es fácil, pero por lo menos, trato.

2 comentarios:

  1. Eternidades

    La serpiente que ciñe el mar y es el mar,
    el repetido remo de Jasón, la joven espada de Sigurd.
    Sólo perduran en el tiempo las cosas
    que no fueron del tiempo.

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  2. Hermoso.
    Como diría Hangling, "te echaste un pensamiento" (esta vez, borgeano).

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