domingo, 25 de agosto de 2013

Casero, sos un genio.

Mi sketch preferido de Cha cha chá es, probablemente, el de la parodia a la telenovela venezolana "Temblor de bombacha". Quizás esté pasando por alto otros por demás espectaculares, pero creo que este fue el que me pegó al punto tal que con una amiga, cada vez que nos vemos, nos la pasamos repitiendo constantemente las líneas que dicen Casero, Capusotto y Alberti en el capítulo dos.
Alfredo Casero intepreta a Conchola Alonso, una mujer que acaba de enviudar hace 5 minutos. Su marido muere allí mismo, ante sus ojos, ahogado en la pileta tras recibir un pelotazo de tenis en la cabeza y caer con todo el peso de su cuerpo al agua. Su brutal asesino, Ricardo, en la piel de Fabio Alberti, se siente muy acongojado por haberle ocasionado la accidental  muerte a un vecino, y decide remediar a Conchola invitándola a cenar a su mansión. Ésta, desprendida de toda moral, acepta (aunque todo el tiempo se plantea que no sabe si debe). 
      (Recomiendo ver el video para un mayor aprovechamiento del texto)


Digamos que la escena de este segundo capítulo se desarrolla completa en el living de la casa de Ricardo y es allí en donde se desenlaza la trama del episodio. Dejando de lado la gracia y el carisma de la tonada centroamericana de Conchola, a mí me fascina este capítulo por sus diálogos. Comprendo que muchos pueden verlo y pensar que esta clase de humor es absurda, un delirio y no les saque ni una sola mueca (lo comprendo hasta ahí, porque para mí Casero es de lo más grande que hay). El guión de toda esta falsa telenovela me parece brillante. Hay un tercer personaje en cuestión: la madre de Ricardo, Olinda Veltis, que es Diego Capusotto disfrazado de mujer. Su rol es primordial, ya que es gracias a ella que explota el conflicto central de la historia. No tengo idea de si será producto de la improvisación, o de si se trata de un guión premeditado, poco importa eso; los tres personajes en escena se manejan con una fluidez encantadora, y nos mantienen atrapados a los espectadores a la espera de que lo menos coherente puede suceder en el próximo segundo. Como por ejemplo, cuando la madre de Ricardo se queda a solas con Conchola, y en un ataque de sinceridad, ésta se saca la peluca y descubren su más profundo secreto: ella no es Olinda sino Rodolfo Ranni. Este acontecimiento funciona como disparador de una batalla campal en la cual vuela un perro de cerámica, Casero intenta, de forma fallida, defenderse con una columna que sostiene la casa, se gritan, se insultan y se arrastran por el suelo. Y en el medio de toda esta anarquía, al personaje de Ricardo lo único que parece importarle es la irreparable pérdida de su perro de cerámica traído de Pekín. Conchola, en un rapto de extrema sensatez, se da cuenta de que empezar una relación con Ricardo sería algo "muy jodido, muy rebuscado, muy raro". Es gracioso que advierta esto, una persona que minutos más tarde termina por enquilombar por completo la casa y se va dando un portazo al grito de "me haré puta".
La siguiente parece una relación un poco tirada de los pelos, pero creo que hay mucho de realidad en todo el circo que se plantea en esta escena: ¿Cuántas veces en la vida nos pasa que los amigos, la familia, las parejas, demuestran ser de una manera totalmente distinta a como nosotros creíamos que eran? Parezco estar tirando palos para todos lados con esta declaración, y probablemente sea una intención subrepticia, pero no muy valiente ni dirigida a nadie en particular porque no es la idea. La idea, si es que hay alguna y esto no es más que un mero ejercicio de asociación libre, o un articulado de frases sin más que un objetivo terapéutico para quien les escribe, es que pocos sentimientos son tan feos en la vida como la decepción. Esta puede a veces ser progresiva, gradual, y para aquellos desprevenidos negadores, abrupta y descorazonadora. A mí me da una pena muy grande que estemos condenados a caer una y otra vez en la decepción, que no haya un límite, y que la vida sea una sucesión de auto-regeneraciones. Por otro lado, celebro que los seres humanos tengamos esa capacidad de adaptación y podamos construir sobre las ruinas. Pido perdón si todo esto suena demasiado apocalíptico, aunque yo diría más bien que se trata de realismo. 
El problema residiría en no aceptar esto, es decir, sostener relaciones que nos llevan hacia la nada, que no nos hacen ningún bien, sólo por el temor de que esas pasadas idealizaciones se desmoronen dejándonos completamente azorados, ante una terrible y dolorosa claridad. Mas bien prefiero yo reírme del absurdo, con Conchola, que asegura no estar loca y promete venganza, que no deja nada adentro y se desahoga saludablemente antes de dar el portazo final.
Probablemente con mi amiga sigamos imitando los diálogos de Cha cha chá hasta que nos volvamos viejas y colocaremos esas frases ridículas, pero tan graciosas, en cualquier conversación que creamos pertinente. Y así seguiremos todos por la vida, conociendo gente que nos haga feliz con la cual compartir chistes, música, películas, libros, charlas interesantísimas, todo eso, pero sin dejar de atender la cuestión de que siempre es posible que esa persona se convierta en Rodolfo Ranni.

1 comentario:

  1. No sólo aparezco en tus sueños... también lo hago en tu blog #i'mthedanger

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