-¿Te
puedo hacer una pregunta?
-Sí, obvio.
-¿A vos te hace bien hablar conmigo?
-….
¿Por qué me preguntás eso? Obvio que sí, por algo te cuento todo lo que me pasa.
-No sé, yo siempre siento que cuando me contás tus problemas te doy unos
consejos de cuarta, que no sirven para nada.
-Ay, no, nada que ver, ¿por qué pensás eso?
-Porque soy una obsesiva enfermita, entre otras cosas. Y hasta a veces creo que
estoy más concentrada en ver cómo te puedo dar una buena solución a tu
angustia, que en el problema en sí que me estás trayendo.
-….
-Sí, ya sé, perdonáme, soy una egoísta. Pero me llama la atención que recurras
a contarme a mí justo. Como que no sé, es raro que yo te inspire tranquilidad…
justo yo.
-No sé por qué pensás todas esas estupideces. Prácticamente yo a vos te conté
toda mi vida. Y siempre acudo a vos porque me transmitís mucha paz.
-Paz… ¡qué cosa de locos! Yo, ¿paz? Nada más alejado de la realidad. Sigo sin
entender qué es lo que te hace venirme a contar cosas. Te juro…
-Sos una boluda, en serio.
-No, de verdad, hasta incluso siento cierto fastidio cuando venís con algún tema.
Me ponés en el rol de consejera y tengo que pensar algo elocuente o profundo para
decirte. Y la verdad, que la mayoría de las veces no soy ni profunda, ni elocuente, y yo también
tengo días de mierda y no puedo pintarte la vida como maravillosa porque no la
veo así.
-….
-¿Y sabés qué es lo que más me molesta de todo esto? Que me hacés sacar el foco
de las cuestiones que realmente me atañen. Paso más horas intentando
contentarte a vos, ayudarte a resolver tu mambo, que en dedicarme tiempo a mí
misma. Porque obvio, siempre que alguien te trae un problema no existe la
posibilidad de decirle: “Y bue, macho, qué le vas a hacer”. O sí, solemos decir
esa frase, pero en realidad buscamos insaciablemente una respuesta
totalizadora, la redención total. Y eso desgasta. ¿Qué es eso de que hay que
tener una palabra para todo? ¡¿En dónde mierda está escrito?! ¿En la biblia? ¿En
la Constitución? No, loco, me parece injusto.
-Ah bueno, vos definitivamente te rayaste…
-Y yo creo que deberías intentar irte bien a la mierda. ¿Sabés cuál es el
problema con vos? Que no te bancás la incertidumbre. Y, oh, qué novedad, a
nadie en el mundo le gusta no saber qué va a pasar, pero casi te diría que es
una constante. Eso de que nadie está asegurado, que no tenemos la vida
comprada. Es así, y hay que aceptarlo y vivir de la mejor manera.
- ¿Vos vivís bien acaso?
-La verdad que vengo viviendo bastante para el orto, y en parte lo atribuyo a
estar tantos años teniendo que sostenerte la vela con todos tus problemas, tus
inseguridades. Que tu vieja, que el laburo, que la carrera y la política…
basta, chabón.
-Bueno, me alegro de que te hayas sincerado de una buena vez, pedazo de hipócrita.
-¿Hipócrita me decís, caradura? Yo que te banqué en absolutamente todas, que
tengo la oreja ultravioleta de escucharte, y los ojos a la miseria de leerte. ¿Sabés
qué? A partir de ahora no me ves más la jeta, ¿me oíste?
-Yo no lo puedo creer. Al final, no se puede confiar en absolutamente nadie.
- Te felicito, gran razonamiento.
- Lo único que se puede contar infinitamente son los números. Esa lógica no se
aplica a los seres humanos.
- Será que tenés razón. A veces con motivos, a veces infundado, más tarde o más
temprano. Todos nos aburrimos, nos cansamos, no damos más.
-Te mando un abrazo, buena suerte.
-Adiós, que te vaya bien.