martes, 3 de diciembre de 2013

Hermanos

 Merlo, San Luis, 1995


"Quedate tranquila: si se cae un avión del cielo, va a ser por Ramos Mejía, no acá, en Caballito".

Por más incoherente que suene esta oración, es una cita extraída de la vida real, profesada por nada más y nada menos que mi hermano mayor, Francisco. Probablemente él ni recuerde haberla dicho, pero yo sí, porque supo ser mi consuelo allá por el 2001, después del atentado a las Torres Gemelas, cuando "El eje del Mal" era un tema de agenda y un señor con turbante de piel oscura, que vivía en las cuevas subterráneas del desierto árabe, parecía la mayor amenaza para la humanidad.

Éramos muy chicos, debo admitir. Yo tenía 9. Él, 14. Y esa mañana de feriado que vimos, desde la cama de nuestros viejos cómo 2 aviones atravesaban los edificios del World Trade Center, empecé a tener miedo. No entendía nada de conflictos bélicos, o intereses políticos, ni mucho menos de la puja por el petróleo (tampoco lo entiendo ahora). Pero me asustaba el peligro inminente y la espectacularidad de una muerte tan abrupta, deliberada por terceros que te hacían volar por el aire en un segundo. Recuerdo que cuando comenzó la Guerra en Irak, la CNN televisaba los bombardeos. Eran imágenes difusas, en las que se vislumbraba un fondo oscuro, nocturno, del cual cada tanto, surgían unas luces intermitentes seguidas de estruendos. No veía heridos, ni gente sufriendo, pero claro que éstos existían. Y a causa de mi completa ignorancia, me iba a dormir asustada, pensando en los nenes que vivían allá en ese lejano Medio Oriente; me compadecía de ellos, porque su miedo sí era justificado (no cómo el mío que resultaba ser pura paranoia).

Todo este racconto no tiene por objetivo hacer una exposición histórica (incompletísima, por cierto) sobre mi punto de vista aniñado del conflicto internacional, sino más bien, hace foco en la actitud protectora de mi hermano querido que buscaba calmar mi angustia con argumentos inverosímiles. Cada vez que escuchaba el ruido de un avión sobrevolando nuestro edificio, yo sentía que era muy posible que éste cayera y nos matase a todos. Ante esta persecución innecesaria, él me decía que no me hiciera problema, que los aviones vuelan muy alto, y que si uno se cae, de última, eso va a pasar a la altura de Ramos Mejía (que por cierto, es terriblemente cerca de Caballito, nuestro barrio natal). Calculo que habrá elegido esta ciudad perteneciente al partido de La Matanza al azar, dando por sentado que yo no tenía idea de dónde quedaba y que probablemente se trataba de un lugar muy lejano (casi tanto como Irak). Pero increíblemente, esta premisa me salvó y me dio cierta tranquilidad. No me atrevería a decir que erradicó el miedo por completo, pero que me distrajo, estoy segura.

Recuerdos de estos tengo miles, y en muchos de ellos no lo dejo tan bien parado. Al contrario, lo hundo profundamente. Pero fue él mismo quien me dijo que nunca escribo sobre él, y ahora que se está por ir de casa a vivir con mi futura cuñada, puede ser que me haya vuelto (aún más) reflexiva respecto de nuestro precioso vínculo. Con absoluta sinceridad, creo que nadie en la vida nos marca tanto como nuestros hermanos. Me lanzo hacia esta generalización sin miedo a las críticas futuras: todos los que tenemos la suerte de haber crecido acompañados de pares (y más aún si nos tocó ser los menores), tenemos a nuestros hermanos/as en un pedestal, que por más cagadas que se manden, seguiremos ponderándolos como grandes referentes. Ya sea para imitarlos, o para diferenciarnos de ellos, son alguien a quién mirar. Y ahora que lo pienso, el de los hermanos mayores es un rol pesado de llevar; siempre me pregunté cómo me hubiera desempeñado yo como tal. No debe ser nada sencillo cargar con la tarea de educar a ese chiquito que te sigue a todas partes y te perdona todo lo malo que le hacés. Quizás sea a causa de esta "presión" que terminan cometiendo más errores que aciertos.

Pronto Francisco se va a ir de casa. Esto es algo que me pone triste pero tampoco tanto, porque, como dicen, "es el curso natural de la vida", y es sano que las cosas cambien si son para bien. No hay duda de que será para bien: va a formar una familia con una mujer maravillosa a la que adoro profundamente. Y acá no hay "pero" que valga, sin embargo, lo voy a extrañar mucho en mi cotidianidad (creo que todavía ni me imagino cuánto), y andá a saber qué mentiras me voy a decir cuando tenga miedo y mi hermano no esté en la pieza de al lado para consolarme. No lo sé. Pero seguro, algo se me va a ocurrir.


1 comentario:

  1. Que lindo encontrar esta lectura a la mañana!
    Efectivamente no recuerdo la anécdota de los aviones cayendo en Ramos. Que delirio! Espero que con los años mi poder persuasivo haya adquirido una forma más verosímil. Muchas gracias Pepi. Te quiero mucho.

    ResponderEliminar