domingo, 13 de julio de 2014

Vacíos*



Hoy hace 12 años se moría mi abuelo. Así que, si me preguntan, tengo recuerdos de un 13 de julio muchísimo más triste que este. Aquel sábado de 2002, que nos quedamos con mi papá y mi hermano viendo películas, aguardando el llamado final de mamá que estaba en la clínica, fue de una angustia y un temor incomparable. Yo era chiquita y me encontraba por primera vez con la muerte, que se llevaba de manera apresurada a una de las personas que más quería. Fue espantoso y no encontraba consuelo. Porque la enfermedad tuvo su desenlace en un mes; Tito tenía 72 años y podría haber vivido mucho más. Hubiese sido justo.

Nuevamente estoy triste un 13 de julio. Pero el motivo ahora es que la Selección Argentina perdió la final de la Copa del Mundo contra Alemania. Sé que es algo que duele principalmente por la ilusión que se pinchó y las expectativas depositadas en un muy posible triunfo, pero que pronto va a pasar, que nos vamos a reponer, porque es un sufrimiento mucho más nimio, más leve que la muerte de un ser querido. Pero duele. Duele un montón.

Si lo pienso dos minutos no puedo explicar por qué me siento tan mal. Se puede decir que es por la decepción de que las cosas no hayan salido como quise. Pero ¿qué novedad es esa? Nos pasa a todos, todos los días, en los distintos ámbitos en los que nos movemos. Y aún así, siempre, el cachetazo suena igual de fuerte que la primera vez.

Extrapolarlo al fútbol es muy sencillo y obvio. Y hoy me doy el lujo de hacerlo porque haber perdido la final me tiene muy mal. Me angustia y sé que no debería estar así porque tengo mucho por lo que agradecer (incluso por haber llegado hasta esta instancia tan loable y enorgullecedora). Pero en el fondo me mata.

No me gusta este clima posterior. Sabe muy amargo. Como dijo Mache: “nos vamos vacíos”. Así me siento. Como cada vez que deseé mucho algo y no se me cumplió. El vacío que siento es precisamente la ausencia de ese sentimiento tan enriquecedor, adrenalínico y excitante que tengo cuando me ilusiono.

Y si pienso en eso, paradójicamente, me vuelvo optimista de pronto. Porque significa que a pesar de las miles de derrotas, tarde o temprano, se vuelve a confiar, se vuelve a querer sin presentir, como dice el tango. Eso es alentador. Quiere decir que nada nos impide volver a desear y amar con todas nuestras fuerzas.

Así que bueno, esto fue todo, que no fue poco. Pero va a seguir molestando y será un trabajo de todos los días acostumbrarse a que ese motorcito que te proporciona la ilusión va a estar un poco dolido, un poco maltrecho, y va a costar repararlo. Lo bueno es que, conociéndonos, vamos a poder olvidar este mal trago y volver a creer como si no conociéramos la frustración. Y eso, para mí, es bastante.


*Este texto se lo dedico entero a mi abuelo Tito, a quien extraño desde hace 12 años incansablemente.


1 comentario:

  1. Me desataste el nudo que tuve en la garganta todo el día!
    Te quiero amiga <3

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