Hoy hace 12
años se moría mi abuelo. Así que, si me preguntan, tengo recuerdos de un 13 de
julio muchísimo más triste que este. Aquel sábado de 2002, que nos quedamos con
mi papá y mi hermano viendo películas, aguardando el llamado final de mamá que
estaba en la clínica, fue de una angustia y un temor incomparable. Yo era
chiquita y me encontraba por primera vez con la muerte, que se llevaba de
manera apresurada a una de las personas que más quería. Fue espantoso y no
encontraba consuelo. Porque la enfermedad tuvo su desenlace en un mes; Tito
tenía 72 años y podría haber vivido mucho más. Hubiese sido justo.
Nuevamente estoy triste un 13 de julio. Pero el motivo ahora es que la Selección Argentina perdió la final de la Copa del Mundo contra Alemania. Sé que es algo que duele principalmente por la ilusión que se pinchó y las expectativas depositadas en un muy posible triunfo, pero que pronto va a pasar, que nos vamos a reponer, porque es un sufrimiento mucho más nimio, más leve que la muerte de un ser querido. Pero duele. Duele un montón.
Si lo pienso
dos minutos no puedo explicar por qué me siento tan mal. Se puede decir que es
por la decepción de que las cosas no hayan salido como quise. Pero ¿qué novedad
es esa? Nos pasa a todos, todos los días, en los distintos ámbitos en los que
nos movemos. Y aún así, siempre, el cachetazo suena igual de fuerte que la
primera vez.
Extrapolarlo
al fútbol es muy sencillo y obvio. Y hoy me doy el lujo de hacerlo porque haber
perdido la final me tiene muy mal. Me angustia y sé que no debería estar así
porque tengo mucho por lo que agradecer (incluso por haber llegado hasta esta
instancia tan loable y enorgullecedora). Pero en el fondo me mata.
No me gusta
este clima posterior. Sabe muy amargo. Como dijo Mache: “nos vamos vacíos”. Así
me siento. Como cada vez que deseé mucho algo y no se me cumplió. El vacío que
siento es precisamente la ausencia de ese sentimiento tan enriquecedor,
adrenalínico y excitante que tengo cuando me ilusiono.
Y si pienso en
eso, paradójicamente, me vuelvo optimista de pronto. Porque significa que a
pesar de las miles de derrotas, tarde o temprano, se vuelve a confiar, se
vuelve a querer sin presentir, como dice el tango. Eso es alentador. Quiere
decir que nada nos impide volver a desear y amar con todas nuestras fuerzas.
Así que bueno,
esto fue todo, que no fue poco. Pero va a seguir molestando y será un trabajo
de todos los días acostumbrarse a que ese motorcito que te proporciona la
ilusión va a estar un poco dolido, un poco maltrecho, y va a costar repararlo.
Lo bueno es que, conociéndonos, vamos a poder olvidar este mal trago y volver a
creer como si no conociéramos la frustración. Y eso, para mí, es bastante.
*Este texto se
lo dedico entero a mi abuelo Tito, a quien extraño desde hace 12 años incansablemente.
Me desataste el nudo que tuve en la garganta todo el día!
ResponderEliminarTe quiero amiga <3