miércoles, 9 de julio de 2014

Final del Mundo


No sé qué hacer. Me siento rarísima. Los bocinazos se escabullen por las ventanas. Los gritos. “¡Vamos, carajo!”. El barrio es una fiesta, en todos lados salen a festejar. Quiero escribir, quiero descargar todo. No entiendo. No entiendo por qué esto se vive así. Pero no hay otra manera. Argentina en la final de la Copa del Mundo. ¿Entendés eso? Me siento en una película, o en una novela. En un momento histórico, trascendental, maravilloso. Los quiero. Los quiero a los jugadores. Ni los conozco. Ni sé cómo serán como personas. Pero jugando es que los seres humanos desmantelamos nuestra personalidad. Nos volvemos transparentes, irracionales, ciegos, determinados. Y los quiero. Quiero que ganen. Por ellos. Por mí. Por mis amigos. Por salir a la calle y sentir que somos tan simples como para que el fútbol nos cambie el humor.
Es el Mundial de la tecnología. De los smart tv. Del auge de Twitter. Nos retuiteamos entre todos. Nos faveamos todo. Todos estamos del mismo lado. Todos nos queremos. Todos ansiamos lo mismo. ¿Que es ilusorio? Más bien. Pero me chupa un huevo. Ganó Argentina.


Es ridículo escribir, es ridículo hacer cualquier cosa. No se puede racionalizar. Estoy feliz. Argentina le ganó a Holanda. Fue lo más sufrido de la historia. Todo el tiempo nos veíamos afuera, nos veíamos adentro. La incertidumbre, la duda, la delgadísima línea que separa el jolgorio de la depresión. Es angustiante vivir así. Es un deporte. Pero ellos son personas y nosotros también. Sentimos. Nos pasan cosas en el cuerpo. Tensión física. Sangre que bombea al corazón. Quiero Argentina campeón. Quiero ver a todo el mundo contento. Una victoria que nos remonta a largos años de ilusión y decepciones. De juntarnos con nuestros seres queridos a ver los partidos y compartir.
No quiero ni pensar cómo se vive una final. Mi primera final del mundo. Nací en mayo del 92. Desde el Mundial de Francia que tengo conciencia y me engancho con los partidos pero nunca creí que iba a ver esto. Tenía pocas ilusiones porque en años anteriores deposité demasiadas expectativas. Este año me agarró desprevenida, no quería volver a sufrir. Siempre con mucho reparo. “No pasamos de cuartos, es obvio”. ¿Y ahora? Y ahora estamos acá, en la FINAL. Yo no lo puedo creer. Quiero salir a festejar pero hay una parte de mí que me lleva a la mesura. A calmarme. A pensar, a disfrutar esto. Estos 3 días y medio que nos quedan antes del partido en el Maracaná. La ilusión, la angustia que vivimos hoy y vamos a volver a vivir, gracias a Dios. 

No pretendo con este texto hacerme la Sacheri, la Casciari, porque primero, ellos son hombres, saben mucho más de fútbol que yo, y segundo, son dos escritores de la reputísima madre. Pero me nace registrar esto. Lo que siento ahora mismo. Este desconcierto de estar tan feliz por algo que no es más que un juego. Que nos hizo llorar a mi viejo, mi cuñada, mi hermano y mi vieja en el living de casa. Que me hizo cruzar los dedos en cada tiro libre, en cada corner, en cada avance de ese Robben que lo puteé durante las 2 horas de partido.

No me cae la ficha. Tengo miedo. Estoy contenta. Quiero que la alegría siga. Que Argentina salga campeón. Que festejemos en el Obelisco. Se me acabó el llanto. Ahora estoy pasmada. Rara. Repito, no entiendo qué pasó. Se nos dio. LA FINAL DEL MUNDO. Es increíble. No sé qué sentir. Necesito que sea domingo ya.

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