domingo, 23 de junio de 2013

Sobre la última Feria del Libro

Nunca comprendí por qué a los seres humanos nos gusta ir a los lugares en donde hay mucha gente. Suele suponerse que si hay una significativa cantidad de personas en un determinado sitio es porque éste es exitoso y vale la pena entrar a ver en qué reside ese éxito. Pongamos por caso, si pasamos ante un restaurant cuyo ventanal principal nos indica que no hay presencia alguna de comensales, difícilmente consideremos ingresar. Lo mismo pasa con las discotecas, los bares, los conciertos, etc. Sinceramente, no lo comprendo. No hay nada más odioso que tener que maniobrar nuestros cuerpos en lugares atestados de individuos, en donde esquivar es la ley primera y se debe estar atento ante la presencia de algún posible descuidista. Así y todo, más tarde o más temprano, indefectiblemente terminamos asistiendo a estos eventos en los cuales la irascibilidad está a la orden del día y el replanteo de nuestra presencia allí se vuelve un tormento tras cada carterazo, empujón o pisotón. Mi evento por excelencia, es decir, el que reúne todas estas indeseables sensaciones, es la Feria del Libro. Pero este año tuve un motivo para ir y éste no era menos que la presencia en nuestro país de una de mis escritoras preferidas: la española Rosa Montero.
Rosa venía a presentar su último libro, “La ridícula idea de no volver a verte”, luego de una extensa gira por todo Europa. La autora dio un incansable rodeo por diversos medios de comunicación antes de su presentación en la Feria, y mis ansias por asistir a la conferencia que planeaba dar, eran verdaderamente intensas.
La escritora emprende, en esta última obra, una suerte de homenaje hacia la física y química polaca Marie Curie, a quien honra con este libro inspirado en un diario íntimo que Curie escribió tras la muerte de su marido Pierre. Trazando un lazo paralelo con su propia historia personal de un calibre emocional estremecedor, ya que ambas tuvieron la pena de perder a sus amados esposos, Montero destaca en cada párrafo la inteligencia y  tesón de Curie, trayéndonos a sus lectores datos sobre su vida que desconocíamos y que nos hacen valorarla y ponderarla como una de las más grandes mujeres de nuestra historia contemporánea. “La ridícula idea de no volver a verte” no suscribe a ningún tipo de normativa genérica. No es novela, no es ensayo, ni es rigurosamente un texto de investigación. Y este es precisamente el tipo de producciones que más placer me ha generado como lectora. Una escritura reflexiva y meticulosamente presentada, con expresiones que lo remiten a uno a lo más profundo del pensamiento. Quien lee a Rosa Montero indefectiblemente cae en la tentación de repensarse a sí mismo (quizás esto se deba a que la autora estudió cuatro años de psicología), y supongo que se produce más en mujeres que en hombres, una profundo ejercicio de identificación que en reiteradas ocasiones me ha llevado a las lágrimas.
Por todo esto y más, fue menester llegar a un horario prudente al predio de la Sociedad Rural Argentina en donde se desarrolla cada año, desde que tengo memoria, la Feria del Libro de Buenos Aires. Tratándose de una conferencia en un recinto de cupo limitado, llegué una hora antes, y, satisfecha por mi inusual puntualidad, formé en la fila  que ya se había generado puertas afuera del auditorio. Allí mismo me puse a conversar con dos simpáticas señoras, correntinas ellas, que venían a la Feria a comprar libros para abastecer la biblioteca para la que trabajan en la ciudad de Mercedes. “Para nosotras que amamos la lectura, esto es como estar en el paraíso”, me decía la mujer. Compartíamos la emoción de presenciar la charla de nuestra escritora fetiche y a su vez, el cariño por los libros.
La conferencia habrá durado más o menos una hora. Estuvo coordinada por una periodista amiga de Rosa quien guiaba con preguntas el caudaloso arsenal de reflexiones que la escritora tenía para aportarnos, no sólo respecto de su libro, sino sobre la vida en general. Encontré caras conocidas entre la concurrencia: el diputado Gil Lavedra, y los escritores Guillermo Martínez y Claudia Piñeiro.
Por fortuna, la tarde no concluyó con la charla ya que luego de ella, la escritora iba a firmar libros en el stand del Grupo Planeta y entonces tendría la oportunidad de decirle cuánto la admiraba y lo bien que me han hecho sus palabras. Cuando bajamos al pabellón, ya había una larguísima cola aguardando la llegada de Rosa para que ella se inmortalizara en esos ejemplares con una dedicatoria simpática y locuaz. Esperé un largo rato y allí fue donde vivencié la irascibilidad ya mencionada. En realidad, había dos filas: una para la firma de libros y otra para la compra de los mismos. Esto generaba un doble pasillo de gente en el cual mediaba un corredor por el cual se dignaban a pasar todos los otros visitantes de la Feria cuya curiosidad se despertaba al ver semejante amontonamiento. Todos procedían de la misma manera: se detenían torpemente en el medio de ambas filas y preguntaban: “¿Qué es esto?”. “Rosa Montero firma sus libros en este stand”, solía contestar alguno. “Ah, gracias”, respondían y se iban chocándose cuanta persona pudieran.
Finalmente llegó mi turno. La tenía ahí, frente a mí. El corazón me latía fuerte y tenía mucho para decir pero no logré esbozar palabra alguna, más que mi nombre para que lo indicara en el autógrafo de la primera página. Mi timidez me jugó una mala pasada, porque no pude decirle lo mucho que me habían ayudado sus novelas y sus escritos en general, lo maravilloso que había sido leer con una precisión escalofriante la descripción de sensaciones idénticas que llegué a tener ante determinados temas. No pude decirle nada. Con una simpatía adorable, mi querida Rosa trazó velozmente: “Para Josefina, que es el futuro, este libro sobre la serenidad”.
Probablemente ella eligió esa dedicatoria al azar, pero no se imagina siquiera lo oportuna que fue para mí que recurriera a mencionar esa palabra. “Serenidad”. Así fue entonces, que me saqué una foto con ella, la despedí y abandoné la Feria del Libro con una emoción que no me cabía en el pecho, colmada de una gran felicidad. La alegría fue tal, que ni siquiera me importó la marea de gente con la que tuve que lidiar a la salida, ésa tan molesta e incesante de la que hablé en el primer párrafo. Estaba dispuesta a chocarme con quien sea. Situaciones como estas, dejan en evidencia cuán limitados son nuestros (pre)juicios sobre lo que puede llegar a pasar. A veces (o casi siempre) la realidad nos enseña que tiene algo mucho más interesante reservado para cada uno de nosotros.   

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